Quijote en el Congo by Xavier Aldekoa

Quijote en el Congo by Xavier Aldekoa

autor:Xavier Aldekoa [Aldekoa, Xavier]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Viajes
editor: ePubLibre
publicado: 2023-02-01T00:00:00+00:00


21

Abandone el barco, señor espía

Al día siguiente me levanté de la cama expectante. Por fin iba a iniciar el largo descenso hacia la capital. Salté a un mototaxi con la mochila a la espalda y llegué temprano al puerto. Enseguida noté un ambiente enrarecido en el barco. Eché de menos la lectura de la situación que Sylvain era capaz de hacer en estos casos. Ahora estaba solo y, aunque no sabía qué ocurría, definitivamente algo no iba bien. El clima de amabilidad del primer día había desaparecido por completo.

Subí a cubierta y fui a saludar al capitán. Se mostró esquivo y avanzaba por cubierta con el rostro ensombrecido. Junto a la torre del timón había dos chicos veinteañeros que no había visto antes y que me miraban de soslayo. El más bajo, enfundado en la camiseta del Real Madrid y con una línea de barba negra que le recorría la barbilla de oreja a oreja, notó que los miraba y se adelantó. Me estrechó la mano, me dijo que era de Gabón y que todos le llamaban le gabonnaise. Me dio mala espina desde el primer momento. Me contó que era ingeniero marítimo, que estaba estudiando para ser capitán y que hacía prácticas en el Kimona Meso. Me preguntaba cosas sin parar: «¿De dónde vienes?», «¿Qué estás haciendo por aquí?», «¿Por qué no vuelas en avión a Kinsasa?», «¿Vas a escribir un libro, dices?».

—Compartiremos habitación —deslizó también.

El ayudante del capitán, Charles, nos interrumpió para guiarme hasta mi camarote. Era una habitación situada a estribor de la barcaza, junto a una torre de mando blanca donde estaba el timón. La sala del capitán era una habitación circular y amplia de color azul claro rodeada de ventanales en toda la circunferencia. Desde allí arriba se veía todo el puerto.

Mi habitación no daba para tanta fiesta. De apenas tres metros de largo y dos de ancho, estaba prácticamente ocupada en su totalidad por una litera estrecha de madera. Había basura por todos lados, sacos, mantas, cargadores enchufados en un ladrón ennegrecido e incluso platos con restos de comida tirados por el suelo. Varios bichos negros recorrían los desperdicios y se escondían entre la ropa. Ese era el espacio que debía compartir con los otros marineros.

Charles me aseguró que ordenaría una limpieza a fondo y me sugirió que me instalara en la litera inferior. En un lateral, que daba a una pared de madera, había unas hendiduras a modo de estanterías estrechas así que coloqué allí las cosas indispensables para tenerlas a mano.

El barco estaba cargado y la salida parecía inminente —«En unas horas, máximo mañana de madrugada», me había asegurado el capitán—, así que decidí pasar la noche en el barco.

Para mi desgracia, el gabonés tuvo la misma idea. Él y su amigo se convirtieron en mi sombra. Se acercaban a hacerme preguntas continuamente y cada dos frases simulaban que había un problema. El tipo alternaba momentos de simpatía excesiva con una seriedad rancia que incomodaba incluso a los demás pasajeros. Era realmente insufrible.



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